22 de noviembre de 2013

Almacén de antigüedades.


  Una noche que vagaba sin rumbo fijo por la ciudad abstraído en mis meditaciones, fui detenido en ellas repentinamente al oír una pregunta proferida por una vocecita dulce y de simpático timbre, cuya significación no entendí, pero que parecía dirigida a mí. Me volví y hallé a una preciosa niña que me suplicaba le encaminara a una calle muy lejana del lugar donde nos hallábamos.

—Está muy lejos de aquí, hija mía —le dije.

—Ya lo sé, señor —respondió con timidez—, porque he venido desde allí antes, esta misma noche.

— ¿Sola? —Le pregunté sorprendido.


— Sí, señor: eso no me importa; pero ahora estoy algo asustada, porque me he extraviado.

— ¿Y por qué te has dirigido a mí? Supongamos que te engañara...

—Tengo la seguridad de que usted no haría eso; es usted tan anciano y anda tan despacio... —añadió la pequeña.



Charles Dickens

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